Historia de la onza

Silicua Subastas tiene un newsletter donde nos ofrece a sus clientes información histórica relacionada con las monedas que subasta. Este mes de agosto, debido a que Silicua había organizado una subasta con muchas monedas de 8 escudos muy interesantes (a dicha subasta pertenecen las que ilustran la entrada), nos regaló un texto relatando la historia de la onza. Como creo que es un texto especialmente relevante, pedí a Pablo Núñez (director de Silicua Subastas) que me permitiera reproducirlo en el Blog. Así que, con su permiso, aquí lo tenéis.

Siempre se ha divulgado muy acertadamente la importancia del real de a 8 español en el comercio internacional, y más aún, como modelo y patrón de los sistemas monetarios de la mayor parte de los países del mundo, y que ha llegado hasta nuestros días en aquellos que tienen como patrón el peso, los diferentes dólares aún en vigor y las principales monedas de Asia, como el Yuan, el Yen o el Won. Poco se ha divulgado no obstante la importancia de la onza española, deseada en todo el mundo y tesaurizada, modelo mundial que fue también como divisa de grandes pagos e inversión.

La onza, unidad de medida romana (1/16 parte de la libra), nació como moneda, o más bien apelativo dado a la moneda de 8 escudos que surgió durante el reinado de Felipe III, convirtiéndose en la moneda de oro de curso más grande española (el Centén era una moneda de excepción).

8 escudos Lima 1711
8 escudos Lima, 1711

Es por lo tanto un múltiplo, el mayor, de un sistema monetario que nace con la creación del escudo de oro español, dos reinados antes, con Carlos I (aunque puesto a nombre de Carlos y Juana -así aparecen erróneamente en los catálogos nacionales-), atendiendo a una problemática que ya era habitual en la España peninsular, el hecho de tener una unidad de oro demasiado buena.

Con los primeros Austrias el ducado de oro tenía un fino muy elevado de 23 quilates y ¾, con lo que se conseguía que la moneda fuese exportada para fundirse en el extranjero, donde cotizaba más, especialmente en Francia e Italia, consiguiendo así la saca de moneda del reino, la carestía de este metal áureo, y el desequilibrio negativo de la balanza de pagos. Este problema era similar con la moneda áurea de los Reyes Católicos, el excelente (de ahí el nombre), y aún con la moneda de oro medieval castellana, la magnífica dobla, tanto que para frenar su exportación se devaluó en tiempos de Juan II al crear la dobla de la banda.

«es un error convencional considerar a los México de Carlos II las primeras monedas de oro de Ámerica»

A este problema de salida de metal, se le aunó las costosas empresas del Imperio, que enriquecía a la banca europea con sus deudas, además de las protestas sociales, que veían demasiado valiosa la unidad áurea de su reino, siendo el desencadenante la expedición de Túnez, cuando Carlos I precisó de nueva financiación, llevándole a devaluar la moneda y crear el escudo, ya no de 23 quilates y tres cuartos, sino de 22 quilates, presentándolo en las Cortes de Valladolid de 1537, si bien el ensayo se produjo anteriormente, con el escudo emitido en Barcelona, además con un diseño muy francés.

Especialmente Francia vio la oportunidad de establecer su moneda de oro, el écu, como patrón áureo en Europa, aunque la popularidad de la moneda de oro española seguiría intocable, aún en aumento al nacer los múltiples de escudo (2 y 4 escudos). En realidad el único país europeo capaz de mantener acuñaciones tan masivas en oro, y además de tales tamaños y pesos, era la España imperial nutrida de metales preciosos desde América. Lo que sí conseguiría Francia es dar nombre a esta nueva moneda, que al igual que écu viene del latín scutum, naciendo el écu francés en 1266 (gobierno de Luis IX) y denominándose de tal forma por llevar un escudo en anverso.

8 escudos Lima, 1741
8 escudos México, 1741

Los primeros escudos españoles dibujarán una enorme cruz en reverso, reflejo del bastión de los Emperadores como baluartes del Catolicismo (intensificado por la en breve Reforma protestante).

Es con Felipe II cuando nacen los múltiplos de escudo, 2 y 4 escudos, acuñados como en el anterior reinado (puestos a nombre de Carlos y Juana) en Granada, Segovia, Sevilla, Toledo (el escudo sencillo), a mayores Burgos y Cuenca (el 2 escudos), y todos ellos el 4 escudos, además de Mallorca (el escudo sencillo), Zaragoza (el 2 escudos), Valladolid (escudo y 2 escudos) y Madrid (2 escudos y 4 escudos), que son las cecas novedosas, dejando de acuñar Barcelona (que acuña otras denominaciones de su sistema monetario local, a nombre de los Reyes Católicos).

Con Felipe III Barcelona se reincorpora a la acuñación del escudo (además de su moneda local), pero el hito más importante es la acuñación de la mayor de las denominaciones, la onza u ocho escudos, en la única ceca habilitada para ello, la primera fábrica industrial de Europa, el Real Ingenio de Segovia (ya que la onza Sevillana aunque datada en 1609, se realizó póstumamente por Felipe IV), coincidiendo con el nacimiento del centén, moneda de placer fabricada muy esporádicamente a discreción del monarca).

Las primeras monedas de oro latinoamericanas no son de este periodo, pese al escudo de Santa Fe de Nuevo reino datado en 1619 (también es póstumo, de Felipe IV). Por lo tanto es un error convencional considerar a los México de Carlos II las primeras monedas de oro de Ámerica, ya que son los escudos sencillos de Santa Fé, datados en 1619, 1632 y 1650, todos de Felipe IV, junto a su múltiplo de 2 escudos de Cartagena de Indias, Santa Fé, y las extraordinariamente raras onzas de Lima de 1659 y 1660, batidas durante el reinado de Felipe IV.

8 escudos Santiago, 1751
8 escudos Santiago, 1751

Con Carlos II se produce un fenómeno cotidianamente desapercibido, el nacimiento del divisor del medio escudo, aunque por ahora tan sólo a nivel local, en Mallorca y Valencia.

Todos estos escudos, múltiplos y divisores, serán de cruz (salvo el caso anterior del durillo de Valencia), teniendo que esperar al reformismo borbónico de Felipe V, para que aparezca la efigie del monarca en el oro, tanto en el durillo (medio escudo), como en el resto de las denominaciones. Este fenómeno también se produce en las cecas americanas, si bien a nivel general, tanto cecas peninsulares como de ultramar baten, sobre todo en las primeras fechas, escudos de cruz.

Luis I sólo batirá escudos de cruz, mientras que Carlos III será el primer monarca en batir exclusivamente escudos de busto, en todas las cecas. De igual forma Carlos IV y Fernando VII, si no contamos los escudos de proclamación.

El reinado Fernando VII es interesante debido a la profusión de bustos existente, influido también por la guerra de invasión napoleónica en España y la insumisión de las colonias americanas en contra de Napoleón.

Con Fernando VII morirá la onza, acuñándose por última vez en 1824 (pese a ser 1833 cuando fallece el monarca) en Cuzco y Potosí. Deja de acuñarse relativamente pronto debido a la independencia de las colonias españolas de América, demostrando la vital importancia que suponía durante todos estos siglos, la llegada de metal de América, tanto que durante este reinado, sólo pudieron mantenerse las acuñaciones áureas peninsulares, en Madrid y Sevilla, pero tan sólo de una denominación humilde, el 2 escudos.

8 escudos Madrid, 1788
8 escudos Madrid, 1788

Por lo tanto la onza no deja de acuñarse debido a los cambios monetarios sufridos en época de Isabel II, sino debido a la imposibilidad de emisión de oro en tan alto valor. Recordemos que ninguna moneda áurea hay semejante a la onza en época de Isabel II, sino que las denominaciones más altas se acercan al módulo del doblón o dos escudos de anteriores reinados.

Es curioso que ni la unidad áurea ni la unidad argéntea era la unidad de cuenta en la España moderna, sino el vellón, el maravedí.

Unidad áurea en la Alta Edad Media, argéntea en la Baja Edad Media, ya se convierte en moneda de vellón en el siglo XV.

El escudo, cuando nace, se correspondía a un valor de 350 maravedíes, aunque pronto se procederá a la apreciación del oro.

Felipe III en su Pragmática de 1609, firmada el 1 de diciembre en El Pardo, no altera la talla ni el título del Escudo de oro, aunque eleva su valor a 440 maravedises.

Durante Felipe IV, por Real Cédula de 1642 elevó el valor del Escudo de oro, primero de 440 a 550 maravedíes y después por otra Real Cédula de 13 de enero de 1643, de nuevo a 612 maravedíes, y el 11 de noviembre del mismo año bajó el valor a 510 maravedíes, y por otra disposición de 1651 valora el Escudo en 544 maravedíes, al fijar su valor en 16 reales de plata.

8 escudos Santiago, 1810
8 escudos Santiago, 1810

El propio monarca, Felipe IV, en la Pragmática de 14 de noviembre de 1652, justifica la oscilación del valor del Escudo de oro, porque con ella pretendía hacer desaparecer el premio de la plata y el del oro con el vellón, aunque más bien es reflejo de la inestabilidad del sistema monetario del monarca.

Poco a poco esta moneda áurea, ya más ajustada en cuanto a fino desde su nacimiento, se ve demasiado fuerte para el comercio contemporáneo, cuando en Europa se utilizan monedas de ligera menor ley.

Es por ello que Carlos III, por la Pragmática de 29 de mayo de 1779, rebaja la ley de la moneda de oro a 21 quilates y 2 1⁄2 granos, conservando la misma talla de 68 Escudos por marco de Castilla, con valor de 40 Reales y 8 1⁄2 maravedíes de vellón para España y 16 Reales y 37 1⁄2 de vellón de valor para América.

En 1785 se rebaja el fino de la moneda de oro a 21 1⁄2 quilates, y en 1786 a 21 quilates, por lo que el Escudo de oro valía 16 Reales de plata fuerte o 40 reales de vellón, valores que se mantuvieron en América hasta su in- dependencia.

8 escudos Madrid, 1820
8 escudos Madrid, 1820

Fue la independencia de las colonias españolas de América la que supone la muerte ya no de esta denominación, sino de la moneda española como patrón mundial.

El oro inglés, con su unidad la Libra esterlina de Jorge III, tuvo en 1820 la fuerza suficiente para ocupar el protagonismo de España con una moneda de oro con 22 quilates de fino, 7,97 grs. de peso y valor de 20 chelines. Poco duró esta hegemonía ante las situaciones sociales y económicas de Europa, hasta que surge la onza troy (también británica), de 31,10 gramos, volviendo al origen romano de esta medida, la 1/16 parte de la libra o aes grave.

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