Las monedas de oro más grandes del mundo

Os dejo el último video del canal de Youtube del blog numismático.  El video comenta las monedas de oro más grandes del mundo. Se trata de las monedas de 100 kilos acuñadas por la ceca de Canadá en 2007 y la mastodóntica moneda de una tonelada que forjó la ceca de Perth en 2012.

El video fue grabado desde Bombay. Aprovechando que estaba en la India y que esta entrada iba a ser corta, os dejo como anexos unos textos que escribí durante este viaje. No tienen nada que ver con la numismática pero seguro que a alguno le gustan.

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Primer texto: Un escenario bíblico

Al llegar a  Ajmer nos encontramos un escenario bíblico. Un gran bazar se abría ante nosotros, donde la comunidad islámica vendía sus productos típicos: dulces, zapatos, té, pañuelos… había incluso una tienda de burkas. Al contrario que en los zocos árabes, la calle era ancha y recta, lo que permitía que el sol de mediodía cayera inmisericorde sobre nuestras cabezas y las de la muchedumbre que nos acompañaba. Porque había gente. Mucha gente. La calle estaba llena de gente. Y de burros. Y de perros callejeros. Y de carros. Y de calesas. Y de motos. Muchas motos. Motos que tocaban continuamente el claxon para hacerse un hueco entre la pasa. Pareciera que esos cláxones fuesen el instrumento principal de la orquesta que tocaba la estridente banda sonora de nuestro paseo.

Tienda de burkas
Tienda de Burkas

Un Dargah coronaba el bazar. En él se encuentra el mausoleo de un santo sufí llamado Moinuddin Chrishti. Se trata de uno de los principales lugares de peregrinación de la comunidad sufí india, la cual no distingue sunies de chiíes. Incluso ni de hindúes, pues estos, acostumbrados como están a adorar a miles de dioses, aceptan a Alá como uno más y también buscan la bendición de Moinuddin. Por eso se puede encontrar en el templo una peculiar mezcla de culturas: igual que unos sacerdotes de barba larga vestidos de blanco bendicen al gentío con plegarias en árabe, otros utilizan para ello plumas de pavo real, pulseras de colores u otros gestos propios de los templos de Shiva o Visnu.

También resulta muy interesante el enorme impacto del Dargah en la economía local. Lo más evidente es la hilera de hoteles que ocupan los pisos superiores del bazar; no hace falta asomarse a ninguno para imaginarse que solo serán aptos para los peregrinos más devotos. Al acercarnos al Dargah se hicieron visibles otros pequeños negocios relacionados con el templo, como quienes nos vendieron unos pañuelos blancos con los que nos teníamos que cubrir la cabeza. Más adelante encontramos una hilera de mendigos que ostentan sus minusvalías para poder recibir alguna rupia de limosna. Estos mendigos no son más que la antesala del negocio que se encuentra dentro del templo. Un negocio basado en la limosna y la caridad -que nunca parecerá suficiente-, en vez de en el intercambio y el regateo propio del bazar. Pero negocio, de todos modos; y probablemente más lucrativo.

Ajmer
Ajmer

Nada más entrar en el Dargah encontramos varios puestos que vendían ofrendas florales para el santo. También hubo quien nos ofrecía agua sagrada que guardaba en una especia de bota de cuero, pidiendo una limosna a cambio. Vimos a otros tocando una música sufí preciosa y esperando la voluntad de quienes les escuchábamos. Voluntad que motivaban como si fuesen trileros: daban dinero a niños para que estos se lo devuelvan delante de la audiencia, animándonos así a colaborar. También nos pidieron la voluntad quienes registraron nuestra visita. Igual que otros muchos sacerdotes que la buscaban a cambio de una bendición. Incluso cuando conseguimos atravesar las apretadísimas colas para acceder a la tumba de  Moinuddin Chrishti, nos encontramos con un útimo pedigüeño que cubría a los fieles la cabeza con el manto del santo y les dedicaba una oración a cambio de una buena propina.

Viendo el espectáculo pensé que si levantase la voz y, látigo en mano, denunciase el negocio que tienen montado dentro y fuera del Dargah, seguro que a mí también me crucificarían. Por eso me pareció un escenario bíblico.

Segundo texto: Un paseo a Udaipur

Hoy he dado un muy buen paseo por Udaipur con la idea de rodear los dos lagos que tiene la ciudad. Estando en la orilla opuesta del lago más externo, justo en el punto más lejano de la ciudad, empezó a llover a cántaros. En medio del campo y bajo una lluvia monzónica, no tuve más remedio que continuar andando y aceptar como inevitable que acabaría totalmente empapado. Al cabo de un par de kilómetros llegué a un edificio en construcción y allí me resguardé durante un rato con los obreros y el orgulloso dueño de la casa.

Cuando amainó, continué mi camino, que me llevó a un barrio muy pobre. El agua  fluía por las calles como si fuesen ríos, dejando un punto totalmente inundado porque allí confluían varias calles y no había desagüe posible. Lejos de verlo como un problema, los niños del barrio disfrutaban de la nueva piscina que apareció ante sus ojos. Allí estaban jugando unos quince niños medio desnudos entre dos y ocho años, junto a dos perros que se unieron a la diversión. Quien no lo pasaba tan bien era una vaca que no encontraba forma de cruzar el charco. A todo esto, la vaca se resbaló y se cayó al agua, provocando un tsunami que casi cubre por completo a dos de los niños más pequeños. La vaca se levantó, los pequeños se frotaron los ojos, los más mayorcillos seguían saltando y yo no pude más que reír a carcajadas.

Mi risa alertó a los niños, quienes salieron corriendo del agua como si descubriesen que la piscina tuviera pirañas. Vinieron hacia mí y en un momento me vi rodeado de unos veinticinco niños, la mayoría de ellos desnudos o casi; las únicas que iban bien cubiertas eran las niñas más mayorcillas (de unos ocho o diez años). Todos me pedían y yo no tenía nada para darles, así que propuse ir con ellos a la tienda de chucherías que había al lado. El guirigay a mi alrededor era tremendo. Al llegar a la tienda compré treinta bolsas de gusanitos y las repartí entre los niños; también tuve que enseñar a multiplicar al tendero para demostrarle que treinta bolsas a cinco rupias cada una no eran doscientas cincuenta rupias, sino ciento cincuenta. Esa clase de matemáticas le costó la propina que pensaba dejarle.

Con los niños distraídos seguí mi camino por el barrio llamando la atención a todo el mundo. Me miraban descaradamente las señoras desde las ventanas, los jóvenes al pasar, los niños que me cruzaba… supongo que todos se preguntarían que qué haría en su barrio ese blancucho empapado como un pollo. Yo, simplemente, les asentía con la cabeza y sonreía; una sonrisa que, por lo general, me era devuelta.

Me crucé también con dos mocitas adolescentes. La más atrevida de ellas me hizo un gesto para que me acercase, mientras la otra me miraba y se tapaba la boca con una risa nerviosa por semejante atrevimiento. La chica atrevida me ofreció Jamun, una fruta semejante a una uva grande pero de sabor mucho más amargo. Acepté uno por cortesía y porque podía dar lugar a una conversación interesante. Así fue. La chica no sabía ni dos palabras de inglés, pero los gestos fueron suficientes para decirme que se llamaba «Ganga» y que me invitaba a tomar un té. Ni qué decir tiene que yo acepté encantado la invitación. Así que ambos fuimos a su casa sin saber quien era más atrevido de los dos; su amiga nos seguía de cerca sin poder contenerse la risa nerviosa.

La casa de Ganga consistía en una estructura de cemento con dos habitaciones y un porche cubierto. Ambos flancos del porche los tenían llenos de útiles de cocina, mantas, telas y cosas variadas. En el centro estaba un camastro y detrás de él un frigorífico. Las paredes lucían dos relojes que llevaban años sin dar la hora, dos carteles que mostraban la foto de un bebé y un pequeño espejo. Había también una parte vacía y oscura que quiero creer que no era la letrina. En el camastro se reclinaba el padre de Ganga, mientras que la madre estaba sentada en el suelo con los pies cruzados y acunando a un niño de meses con sus rodillas. La acompaban tres o cuatro mocitas y un muchacho algo más mayor. Las habitaciones parecían casi vacías. En una de ellas dormía en el suelo un recién nacido. En la otra habían puesto una tela entre los picaportes de la puerta entreabierta y la amaca resultante servía de cuna para otro chiquitín que ahí dormía. Dos gatos atados con una correa y unos cuantos cientos de moscas completaban la escena.

Ganga me presentó a sus padres y les dijo que me había invitado a tomar té. Acto seguido el padre mandó a uno de los niños a que fuese a comprar leche y Ganga me sacó una silla de plástico mugrienta para que me sentase; debía ser la única silla que tenían en casa puesto que todos los demás se sentaron en el suelo a mi alrededor. Al poco tiempo Ganga prendió una pequeña lumbre utilizando para ello un trozo de tela que cortó de un saco viejo, dos bolsas de gusanitos y un taco de madera que cuidó de que solo prendiese por un extremo para poderlo volver a usar. Viéndome tan mojado me pidieron que me acercase a la lumbre para secarme e incluso me ofrecieron una camiseta seca si me quería cambiar.

Un blancucho como yo debía de ser algo realmente extraño en el barrio. Nadie de la familia apartaba de mí la mirada ni un momento. Y allí cada vez había más gente; especialmente más mocitas que se sentaban a mi alrededor. Las vecinas también me miraban y los niños del barrio se amontonaban en la puerta del porche. Todos atentos a la novedad que yo debía suponer a pesar de que no podía hablar con nadie porque nadie sabía inglés.

«Un blancucho como yo debía de ser algo realmente extraño en el barrio»

A partir de gestos y de las cuatro palabras en inglés que sabía una prima de Ganga, pude entender que allí vivían dos familias. Una era la familia de Ganga, compuesta por sus padres, ella, sus seis hermanas, su hermano, la mujer de su hermano (quien se cubría la cara con un velo traslúcido pero no me quitaba un ojo de encima) y el niño recién nacido que dormía en el suelo. Otra era la familia del hermano de su madre, quien también estaba por allí. Esa familia la componían el matrimonio, sus cuatro hijos, su yerno y los otros dos chiquitines que allí estaban, hijos de la prima de Ganga. En total diecinueve personas dormían en aquella casa. También me dijeron que allí nadie había ido a la escuela y que los pequeños seguían sin escolarizar. «No money, no school» fue el duro resumen que hizo la prima de Ganga con su limitadísimo vocabulario.

Quizá si ella hubiese tenido más nivel de inglés y yo hubiese tenido más confianza, me hubiera podido explicar por qué todos los lujos que pude ver en esa familia los acaparaba Rahul, el hermano de Ganga. Mientras la multitud de chicas vestían de harapos y con el pelo desaliñado, Rahul iba con unos vaqueros rasgados, una camisa abierta y bien peinado. Tenía, además, un smartphone y una motocicleta. Su aspecto era el propio de un chico de clase media en la India mientras que nada más ver a sus hermanas se hace muy obvio que no tienen ni lo más mínimo.

En cuanto trajeron la leche Ganga la calentó y el resultado fue un chai masala estupendo. A mí me sirvieron una buena porción en una copa de cristal que debían de reservar para los invitados; otra buena porción se llevó su padre y lo poco que sobró lo repartieron en dos vasos para Ganga y su madre. También me ofrecieron comida, que consistía en rebanadas de pan de molde sin más añadidos ni condimentos; como las tres que se comió el padre. Bebí el té cuando se enfrió lo suficiente y, después de tomarnos unas fotos, me fui y pedí a mi anfitriona que me acompañase un poco.

Ganga parecía un poco reticente a acompañarme, pero finalmente accedió. Escoltados por el ejército de niños que se arremolinaba en la puerta, fuimos a una tienda de chucherías donde Ganga me pidió que comprase diecisiete helados para ella, sus padres y los catorce niños que nos seguían. Al final compré veinte, pidiéndole que llevase el resto a casa, y le di una propina con la promesa de que ese dinero se lo daría a su padre. Luego, sin más, continué mi paseo.

9 comentarios en “Las monedas de oro más grandes del mundo”

  1. Alfredo Chàvez Macìas

    Una autèntica Ganga. Las diferencias socio-económicas son abrumadoras. La insalubridad, el gran riesgo obstétrico, la ausencia de escolaridad, diferencias de genero apabullantes; y todo lo que mencionas al inicio, relativo al pingûe negocio de la santidad de un hombre en un país con tantas religiones.

    ¡Saludos!

  2. Bien hallado en esta nueva temporada.

    A la hora de valorar los mostrencos solo te has atrevido con el valor intrínseco pero no con el sobreprecio numismático, yo tampoco me atrevo, pero ahí está la gracia del valor de una moneda, el valor intrínseco+el valor numismático.

    Saludos

    1. Efectivamente, una moneda tiene un valor intrínseco y un valor numismático. En el caso de estos mostrencos no creo que su valor numismático sea muy alto en comparación con el intrínseco, pero se hace imposible calcularlo teniendo en cuenta que nunca han salido a la venta. Y probablemente no lo hagan en las próximas décadas.

  3. Fabuloso viaje. Envidia. Maravillosa, realista y humana descripción. Cómo me hubiese gustado acompañarte…Eres único. Yo anduve por el Norte…Agra, Jaipur, Khayurajo… Darjeeling…Quería conocer por dentro los monasterios tibetanos y estuve en Buthan y Sikin… el prehimalaya… Viaje para el recuerdo.
    Nos encontraremos en este nuevo curso.
    Un fuerte abrazo.- Juan Bautista

  4. Como en el dicho, «lo poco agrada y lo mucho cansa» … Me parece exagerado este tipo de piezas. Hay un límite entre lo que uno considera como acertado y erròneo.
    Cuando uno tiene en su haber, un duro de Felipe IV del Real Ingenio, se queda anodadado del poder que emana esa pieza en la palma de la mano. Ya solo el peso de la misma abruma, y si unes eso a la carga histórica que posee, y a la belleza de la misma…pues ni te cuento…

    Me ha pasado, que después de un tiempo de admirar estás piezas, de repente te fijas en otras monedas de gran módulo, como los ducatones de Flandes o Amaberes, y lo que antes parecía gigante (con los 8 reales) ahora ya no lo parece tanto, en comparación con estos cospeles algo más grandes y normalmente de menor precio.
    Aún así, la carga histórica del 8 reales pesa mucho más que su propio peso, y unido a la comparativa con otras piezas menores en módulo, como los 4 o 2 reales, se justifica por sí sola su existencia y su gran belleza.
    Creo que el límite del tamaño, para que siga siendo agradable y atractivo, lo dan algunas medallas, con módulos a veces enormes, que superan en mucho, el diámetro de las monedas más grandes que puedan verse (exceptuando a las de los cincuentines, centenes, y monedas de 1 kg de plata) y ciertos sellos de plomo de validación….pero en cuyo caso, ese límite lo marca la relación que las piezas guardan entre sí, la evoluciòn de las monedas, su historia, y en definitiva su uso destinado a ser un circulante (en el caso de las monedas, exceptuando los centenes y los cincuentines, que estaban hechos para ser repartidos como regalos a monarcas y personas con gran renombre)

    El tamaño en estas piezas está del todo justificado. Ver una moneda de una tonelada de peso, me parece del todo grotesco. No me atrae nada desde el punto de vista numismático…en este caso el tamaño tampoco importa, por lo menos para mí. Una mole de oro labrada…

    Evidentemente la importancia de todo ésto es ver » quién la tiene más grande» y poseer una de las mejores materias primas (oro) para hacerlo

    Por cierto, saludos Adolfo, y gracias como siempre por tus entradas.

    1. Mi opinión va en una dirección semejante, que es la que comenté en el video: una moneda de 100 kg acuñada me parece todo un hito por la complicación técnica que esto supone. Ahora bien, hacer una moneda de una tonelada a mano me deja totalmente frío. Por las mismas podrían haber hecho una de 50 toneladas. Como dices, solo es ver quién la tiene más grande.

      Lo cual no quita que una moneda de 1 tonelada de oro sea una buena forma de atraer la atención y de hacer márquetin.

      Saludos,
      Adolfo

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